El tiempo transcurrido, desde que me olvidé de mí. Esas luces que parpadeaban desde los barrotes de mi cuna, hasta apagarse en el infierno. Luminarias impávidas e inalcanzables de tanta perfección ambicionada. Y, en derroche, la confusión de la sangre bullente de alborotos; envuelta y en despliegue; entre sentimientos contradictorios de amor, deseo y odio… De improviso, reflejos girantes y en estrecho, corazón inflamado de alegrías. Pentagrama incompleto. Y así, canturreando y, abriéndose paso a los golpes en irreflexivos y eternos placebos. Las fantasías, en disfraz, de esos escuetos huesos desorganizados e inconcientes, que cuánto tiempo es breve. Y, el hombre siempre, culmina mendigándole a la vida olvidos y perdones. Las bandadas de palomas, que fueron heridas de muerte; porque se consideraron plaga, en las conciencias oscurecidas. ¡Cuánto tiempo me olvidé de mí! Un destino desconocido, entre las partes abiertas de una cruz plantada en las profundidades de los piélagos. Y esa soledad…palmeando en perpetuo la espalda; con gestos de condescendencia. Existieron también pimpollos y ternuras abiertas. Frutos y semillas… Pero, como extranjero, en continuidad e indiferencia, el miedo corroe, hasta los dientes. Ansias de esconderse, de no respirar, no existir. Que nadie perciba que aún se está vivo; que se puede representar algún peligro. En insólito, la palomas envenenadas, girando sobre las cabezas, en volutas abiertas y luego en flechas, apuntando… desde la condena cotidiana. Me pregunto si la historia tiene capítulos equivocados. Si cual libro antiguo desgarrado y maloliente, merece que le arranquen hojas de ignominia e ingratitud… Para cada llama de bengala, queda el cartucho que le dio sostén; efímero momento de deslumbre. Cartucho, basura indeseada; deshechos de la existencia, en el diario vivir. Y entonces, levantando lanzas y escudos de triunfo, los brazos se elevan, para gritar: ¡Hubo vida, aquí!... El paso de la cosecha, con sus infortunios y vergüenzas olvida millones de nombres que se sintieron con importancia. En un momento… Y regresaremos. Regresaremos a nosotros mismos. Regresaré a mí y te daré mi inexistencia. Y beberás el cuajado erróneo del rocío, alimentando malezas y espacios oscuros. Te daré a beber de mi rancio licor cansado, mientras los brazos se dormitan y sufren, abiertos y colgados, en la cruz de los tiempos... Graciela María Casartelli Córdoba, Argentina, 2012 |