I
Cuando tus viriles ojos, se encontraron con los míos, un silencio largo y frío se estrechó entre cuatro ojos.
II
-¡Yo no hablaré! -me propuse A él por ley le corresponde. Y ante la Virgen los dos, quedamos mirándonos
Por largo tiempo y sin nombre.
III Recuerdo que entonces tú, pusiste rostro sonriente. Levantando levemente
tu quieta mano hasta entonces
¡Saludándome cual hombre… Que lo invade la corriente!
Ana María Zacagnino
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Buenos Aires - Argentina
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