UNA CARTA DE NAVIDAD

Victoria Lucía Aristizábal

 

Cómo casi siempre comenzamos una carta diciendo: querido o querida, en este caso porque quiero dirigirme a -la verdad- en compañía de los hacedores que pregonan por las calles y las plazas, por los sitios donde los iguales de existencia caminan en busca de la responsabilidad y a ti me dirijo para afianzarte en mi, mi verdad, esa que a través del tiempo se ha dado cuenta de los distintos viajes que como humana realizo con las imágenes y las palabras que le dan vida a la vida, mientras se ha ido moliendo en la mente aquellas que son procesos imprescindibles de aprendizaje superior y cuando llega cada Navidad celebro este magno acontecimiento de volver a recordar el porqué, para qué, cómo y cuando Dios nos dio este regalo de hacerse hombre para enseñarnos quién es, que hace, quién es relacionado con nosotros y que dejáramos de pensar que El simplemente era una invención de unos locos por allí que simplemente lo habían inventado para trastornar nuestra existencia y cambiarnos el libre albedrío por -reguladores de conciencia- que nos permitieran crear una moral propia que nos posibilitara el encuentro permanente con nuestra propia divinidad.

¡Oh sí!, que bonita que eres verdad? Sí, la verdad cuando penetra en nuestra mente y sentimos que es una certeza incuestionable, que dicha la que genera, la misma dicha que me genera el asociarte a Dios, a Jesús, a Jesús Niño, todo ternura, un comienzo por el que nosotros también partimos para iniciar el camino de hominalidad con la inocencia prendida a nuestro destino para hacer que los males sean menores y atomizarlos en la nada de donde vinieron para que el alma quede limpita, liberada y apta para tener la claridad que requiere para seguir danzando con la verdad, porque de cara al miedo y al odio, ¡bendito sea Dios que hay que presignarse! para arrancar de cuajo la maleza antes que quede sembrada y nos ponga a generar preñeces que frenan a la conciencia.

Como te agradezco el que a través de todas estas Navidades me llenaras de éste espíritu de bondad, de amor y de comunión de hogar, de gentes buenas que se sientan al calor de su afecto para cantar los villancicos y rezar la novena e invocar al Niñito como un homenaje también a nuestro niño interior que requiere de esa dosis de ternura para recordar la importancia de volver a nacer en los brazos de Dios, en el amparo del Altísimo, en la sencillez, humildad y sabiduría de nuestra Madre María. Que cronista más erudita es la verdad que habla con estas palabras de confianza, seguridad, fe, esperanza para limar las aristas que aún quedan de las experiencias aun no completadas.

Pensando con el pensamiento que es feliz y que pone en la balanza el entendimiento que me revela la profundidad del mundo en este momento crucial, cuando los seres humanos estamos escribiendo una nueva historia, una donde la victoria es el triunfo de cada uno sobre todas las batallas que se han ganado para que la verdad salga triunfante con el nombre de Cristo Jesús. La victoria de los determinados, de los insobornables, de los que creen porque lo saben y no a ciencia cierta sino a conciencia despierta, abierta y fomentada, la que sale de los caminos del calvario y en el silencio de la resurrección solo mira el jardín de su ermita para extender la mano afable al hermano con quién se encuentre sea quien sea y esté donde esté.

El mundo vuelve a comenzar, pero no para seguir rindiéndose a la vida material, a los deseo apegos, a la debilidad de la carne, la verdad nos desnudó para no seguir engañándonos y hablar con el único idioma que nos es posible entendernos, el del amor y en este despertar el camino se torna mucho más visible, se vuelve multidimensional, porque ya no hay velos que cubran de oscurantismo nuestra alma, ya no hay quién pueda engañarnos, hay anuncios luminosos por todas partes recordándonos la vida de la gracia, la belleza de la humildad, la bondad y la verdad que se hermana en importancia y en secuencia en las delicias de la inauguración de una nueva vida que en esta Navidad nos es recordada ya no en un pobre pesebre, sino en el altar donde Dios se nos muestra en su verdadera inmensidad para quedar impreso en todo aquel que le ama porque le ama, porque continua caminando a su lado en la grandeza de su palabra y en la generosidad de sus obras.

BENDITA SEAS VERDAD QUE ME ENTREGAS LA CERTEZA DE TU HIJO JESUCRISTO EN UN NACIMIENTO SUPREMO

EN AMOR Y LUZ

Bogotá Colombia

Noviembre 28 de 2011

 





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