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Por veces una piba inocente se deja
embromar por algun tipo malevo, y cae en la vida...
A UNA PIBA MALEVA
Marcial Salaverry
Piba maleva,
que ahora solo busca
los otarios pa' vender tu cuerpito,
buscando la guita pa' morfar...
Fuistes engrupida por un malevo
que se hizo de bacán,
y quieres la revanche...
No quieres otro en tu cotorro...
El malevaje te hizo mal...
Te llenas de cocá,
porqué la vida que tienes,
te mata el alma...
Pebeta maleva, crées que no tienes
más vida pa' vivir...
Pero si quieres este compadrito,
podemos ganar más guita
bailando gotan...
Sé que sos tanguera,
y bailás muy bien...
Mientras dime bailamos en la calle,
y nos tiran monedas...
Pa'morfar siempre ganamos platita...
y puedes dejar la vida que llevás...
Te quiero, pebeta...
Y me ofrezco pa' ser tu gomia...
Soy de tu barrio,
y te conozco desde la niñez...
Marcial Salaverry
Poema escrito bajo inspiración en el tango DE MI BARRIO,
de Rosita Quiroga.
Las Divas del Tango / Nº 23
Serie: Las Divas del Tango
DE MI BARRIO
(Letra y Música: Roberto Goyheneche)
Voz: ROSITA QUIROGA
(1901-1984)
Yo de mi barrio era la piba más bonita,
en un colegio de monjas me eduqué,
y aunque mis viejos no tenían mucha guita
con familias bacanas me traté.
Y por culpa de ese trato abacanado
ser niña bien fue mi única ilusión,
y olvidando por completo mi pasado
a un magnate le entregué mi corazón.
Por su porte y su trato distinguido
por las cosas que me mintió al oído,
no creí que pudiese ser malvado
un muchacho tan correcto y educado.
Sin embargo me indujo el mal hombre,
con promesas de darme su nombre,
a dejar mi hogar abandonado
para ir a vivir a su lado.
Y es por eso que mi vida se desliza
entre el tango y el champagne del cabaret,
mi dolor se confunde en mi sonrisa,
porque a reír mi dolor me acostumbré...
Y si encuentro algún otario que pretenda
por el oro mis amores conseguir,
yo lo dejo sin un cobre pa' que aprenda
y me paguen lo que aquél me hizo sufrir.
Entre las luces de mil colores
y la alegría del cabaret,
vendo caricias y vendo amores
para olvidar a aquel que se fue...
Yo de mi barrio era la piba más bonita,
en un colegio de monjas me eduqué,
y aunque mis viejos no tenían mucha guita
con familias bacanas me traté.
Y por culpa de ese trato abacanado
ser niña bien fue mi única ilusión,
y olvidando por completo mi pasado
a un magnate le entregué mi corazón.
Rosita Quiroga nació entre chapas y madera en el barrio de La Boca el 16 de enero de 1901.
La madre era cordobesa, doña Serapia,
y el padre, un carrero asturiano que cargaba car-bón en el Riachuelo.
Cursó hasta cuarto grado en una escuela de la calle Patricios y, justo a los 14, dejó el aula y se puso
a estudiar canto.
Por la situación económica de su familia decidió probar suerte en un teatrito de Bahía Blanca cuyo propietario la había escuchado cantar.
Más tarde se fue
abriendo paso y, como en la gente de alta sociedad había muchos afi-cionados al canto criollo, en ellos buscó amigos que le abrieron las puertas de la RCA Víctor.
Pero al
principio no llegó a la sala de grabación, ni tampoco hizo una larga carrera teatral porque el dúo Gardel-Razzano le habían conquistado los mismísimos escenarios al canto criollo.
A principios de la década del 20 se volcó al tango, debutando en la radio en 1924 en una de las primitivas emisoras de la
naciente radiofonía.
Fue la primera mujer que actuó en ese flamante medio, en el que cantaba canciones na-tivas, pero luego
pasó al tango, teniendo actuaciones en teatros y muy especialmente en la RCA Víctor.
Grabó para ese sello más de
doscientas composiciones que se difundieron por todo el mundo.
Rosita Quiroga inauguró en la Argentina la era de las
grabaciones eléctricas.
El hecho aconteció el 1º de marzo de 1926: ese día realizó cuatro grabaciones eléctricas, pero por
número de matriz la primera y, por lo tanto, emblemática en la historia disco-gráfica de nuestro país.
Comenzó entonces a ganar
bastante dinero.
Luego hizo un viaje triunfal a Japón, la primera que difundió el tango en aquel país asiá-tico.
Poseía un estilo irónico y burlón, un arrastre canyengue de tono arrabalero y una "ese" africada que fue
característica, y motivo de simpatía para sus admiradores.
Con áspera voz narraba las historias de los tangos casi con desdén,
sin incurrir en trazos gruesos o melo-dramáticos.
Más que cantar, decía.
Fue la primera cantora, heredera directa de los primitivos payadores.
El suyo fue un caso único en la historia
de la mujer en el tango.
Ninguna se expresó como ella; cantaba con la misma cadencia y el mismo dejo con el que hablaba; fue el
prototipo femenino, irrepetible, del arrabal porteño.
Interpretaba naturalmente, como le salía, y pulsaba la guitarra
por tonos, tal como le ense-ñara la inspiración magistral de Juan de Dios Filiberto, su vecino del barrio.
Hablaba intercalando
palabras lunfardas y vulgares con un ritmo canyengue, tal como lo habría escuchado de los hombres de su casa, laburantes del
puerto y carreros.
Su voz no era potente, pero generaba un clima intimista como si cantara para sí misma.
Este estilo la acompañó
hasta su muerte, a pesar de que ya había superado la pobreza y tenía una holgada posición económica. Apareció en el momento
preciso y fue distinta a todas.
Casi siempre cantó acompañada por guitarristas, pero en sus comienzos también lo hizo
acompañada por orquestas.
La entrañable Rosita Quiroga, fue la más genuina representante del tango arrabalero, hoy una leyenda
de la más rancia estirpe porteña, para muchos la más grande, y por eso venerada.
Su voz, marcada por acentos de ironía
arrabalera, le dio al tango un tono particular de dicción y un estilo que enfatizaba las letras sin excesos dramáticos.
Ella hizo un tango a su medida, un tango de cámara o de boliche, y lo silabeó con una prosodia de "eses" muy dulces. Comenzó a "decir"
el tango, cuando Gardel y Corsini aún lo tenorizaban y cuando la Maizani lo gritaba.
Mantuvo su vigencia por un par de lustros,
pero en 1931 prácticamente dio fin a su car-rera, a los treinta y cinco años, aunque siguió presentándose en radio en forma
espo-rádica.
Realizó sus últimas versiones en 1952 y sus últimas apariciones serían en el programa de televisión "La Botica del
Tango".
Contó, entre sus admiradores, con dos notables: Eva Perón, que la invitó a su despacho de la calle Perú cuando
grabó "De mi barrio", uno de los tangos favoritos de la Señora, y Julio Cortázar, que la recordó como una voz irreemplazable del
tango.
Murió en su casa de la avenida Callao el 16 de octubre de 1984.
Rosita Quiroga
© Alberto Peyrano
Assessor Musical do Grupo Doce Mistério
http://br.groups.yahoo.com/group/Doce_Misterio